EL PLAYLIST DE DJ MEMENTO
por Román González
DJ Memento no pone reguetón.
Tampoco cobra.
Ni habla mucho.
Solo se sienta los jueves en una esquina del barrio Manrique, conecta una consola rota a una batería de moto y reproduce su playlist con la concentración de un cirujano cardíaco bajo los efectos del clonazepam.
Dicen que se llama Julián, pero nadie está seguro. Viste con una chaqueta de vinilo agrietada, unos audífonos pegados con cinta, y gafas oscuras aunque toque de noche. Siempre lleva una botella de Pony Malta medio llena y un cuaderno donde anota frases que parecen amenazas o haikus:
“Canción 4:
Para cuando ella olvida tu nombre
y tú sigues recordando su olor."
El playlist no está en Spotify.
Ni en ningún lado.
Solo se escucha en vivo, bajo una farola que parpadea como si dudara de su fe.
Los temas son una mezcla imposible:
Baladas italianas de los años 70,
loops de synthwave podrido,
grabaciones de voces llorando al revés,
y uno que otro sample robado de películas mal dobladas.
La canción número 8, por ejemplo, suena como si alguien se ahogara mientras le recita poemas a su ex en clave morse.
La 11 es solo el zumbido de una nevera vieja con una frase que se repite:
“Nadie llega tarde si ya no lo esperan.”
La gente que lo escucha no baila.
Mira al piso.
Traga saliva.
Se recuerda cosas que no quiere recordar.
Una vez le pregunté por qué lo hacía.
—Para que el dolor tenga ritmo —me dijo, sin quitarse los audífonos.
Otra vez, una señora le dejó una nota en un sobre plástico:
“Mi hijo murió escuchando tu canción 6. No sé si darte las gracias o pedirte que pares.”
No respondió.
Solo subió el volumen.
DJ Memento no vive en ninguna parte fija.
Se aparece.
Reproduce.
Desaparece.
Algunos dicen que está muerto.
Que lo mataron en un rave en Itagüí y que ahora solo pincha desde el más allá, como castigo o como consuelo.
Yo lo escucho cada vez que puedo.
No por gusto.
Por necesidad.
Porque a veces, lo único que calma es una canción que entiende tu ruina mejor que vos.